Martes 25 de marzo de 2025
Opinión

El ojo congelado de un pájaro (por Alejandro Vásquez Escalona)

La noche amenaza con ser una espesura negra, salpicada por una que otra lucecita amarillenta adentradas en la sabana.  Seguramente…

El ojo congelado de un pájaro (por Alejandro Vásquez Escalona)
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La noche amenaza con ser una espesura negra, salpicada por una que otra lucecita amarillenta adentradas en la sabana.  Seguramente viene desde una ventana  de algún hogar vecino. Lejos. Las viviendas ni los campesinos que la habitan, saben de racimos. De calles comunes o veredas.  Las distancias son domesticadas por caminos arenosos.

El niño acostado sobre el piso de  la calzada frontal de la casa, observa la cúpula del cielo. Escudriña el zoológico con pájaros incandescentes que refulguran entre las nubes invisibles  Precisa a la Osa mayor que olfatea algún pescado sideral. El padre sentado en una silla  tiene una radio de madera marrón en las piernas. Escucha intermitentemente la BBC de Londres en español,  radio Sutatensa de Colombia y los discursos encendidos de Fidel Castro en radio Habana Cuba. Se inician los años sesenta. El chico sólo percibe los noticiarios como mandalas de voces. No existen flashback de cuando grafiteaba una pared blanca. Apenas es un niño. Pespuntea la cobija interminable de agujeros brillantes lejísimo, sobre sus ojos, se pregunta si esas aves serán golondrinas que no desean hacer verano. Su padre hoy sembró una hectárea de maíz. Ayer cultivó piñas.

La madrugada no es mar de oscuridad. Es gris clara. Se ven las siluetas de las casas del barrio,  cercanas una a otras. No cantan gallos insomnes. Tiene unos diecisiete años. No es alto. Ni grueso. El muchacho yace sobre la tierra en un solar deshabitado. Hierba. Bahareque destartalado. Siente dolor agudo en las costillas. Pinchazos similares a punzada de tachuelas en las piernas. Se cubre la cara con las manos. Ve en flashback  una pistola con silenciador desde la ventanilla de un auto lujosísimo del año. Mira el rostro del policía que extiende sobre la mesa un mazo de fotografías con retratos de algunos de sus camaradas. Lo barajas como naipes de la muerte. De la traición. Pregunta. Silencio. Ahora, le hierve el ardor de su mirada. Tiene la vista levantada al cielo. La luna es similar al ojo congelado de un pájaro como lo dice Michael Ondaatje en la voz de Billy el niño. Una laguna de cantos de grillos mancha el silencio. Duelen las costillas. Duelen las frases inconclusas.

Mañana será 26 de julio. Aniversario de la revolución. En la sala grande de la casa un puñado de adolescentes extiende bobinas de papel blanco sobre el piso. Las cortan al tamaño convenido. Otros pintan consignas con pinceles impregnados de pintura azul y roja. También negra. Asaltemos el cielo. Construyamos casas en mares de claveles rojos.

Dejemos que sobre nuestros cuerpos desnudos caigan desde las duchas, palabras con aroma a algo nuevo. Y bla, bla, bla. Otros adolescentes agitan latas de pintura en spray. Se aseguran que estén llenas. Ninguno de los muchachos es vidente. Nadie puede leer sobre una pared blanca una consigna mutilada por una pistola silenciosa en la noche: Viva el 26 de Julio. Viva la rev… No se escucha radio Habana Cuba. Menos se puede oír la orden desde atrás del cañón negro silencioso: súbete al carro. Si intentas saltar la pared te quemo.

En la sala de la casa del viejo con la radio sobre las piernas, ya no alumbra la lámpara a gasolina Coleman. Ni la madre costurea en la desgastada máquina Singer, un uniforme azul y blanco de colegio. En la sala de una casa lujosa en la ciudad, un hombre corpulento con rostro neutro y gélido apunta un fusil al muchacho esposado contra la pared. Pregunta nombres de contactos, lugares de reunión, sitios donde se guardan las armas clandestinas. Silencio. Cementerio de respuestas La mirada adolescente, pero convencida del muchacho putea al asaltante de ilusiones en la noche. El policía dispara. Sólo suena el chasquido del gatillo del arma. Después vendría la golpiza sobre las costillas y las piernas con almohadones para no dejar huellas. El hundimiento a la fuerza de la cabeza del prisionero en una piscina. Del asalto de un perro rabioso amaestrado para asustar sobre su cuerpo tirado cara al techo en el piso de la habitación. La sensación del vacío de no terminar el grafiti en la pared.

La limousine blanca que se detiene. El vidrio que baja. La pistola, son solamente borrosidades punzantes. Las pupilas del muchacho absorben paulatinamente la luz que llueve del cielo sobre su humanidad terrosa. El dolor de su cuerpo entumece el amanecer. El color ocre de la luz de una bombilla desde una ventana de una vivienda cercana, le anuncia el inicio del día. Se sienta entumecido. Grita. No tanto en solicitud de ayuda, si no de goce y alegría de saber que solamente hubo preguntas. Ya la luna no parece el ojo congelado de un pájaro.  

Alejandro Vásquez Escalona

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